A esta familia pertenecen una serie de aves que se caracteriza sobre todo por un plumaje discreto que les ayuda a pasar desapercibidas en las zonas abiertas que es donde suelen vivir la mayoría. En ocasiones se las ve posarse en el suelo y suele costar localizarlas si se pegan al suelo.
Cogujadas, alondras, totovías, calandrias y terreras son las representantes de la familia en nuestra península.
En la cultura popular siempre han tenido su hueco, normalmente por lo llamativo y variado de su canto. Usadas como animales de compañía en una triste y diminuta jaula de madera con un balconcillo aún se las suele ver en las ventanas de las casas. Pobres animales que les cambian una amplia campiña por unos centímetros cuadrados de madera enrejada.
Las cogujadas.
Encontramos dos especies en la Península, la común y la montesina.
En la foto una común. En la cultura popular, dicen que es un ave muy astuta y que es capaz de adivinar cuando alguien se le acerca con malas intenciones. De hecho hay varios cuentecillos repartidos por Andalucía en los que una madre descubre como sus pequeños son listos desde jovencitos.
De la Alpujarra (Granada)
“Cuando la madre ‘totovía’ enseñaba a sus
hijos su sabiduría, les enseñaba también como convivir con los hombres. Una vez
les dijo: ‘Si os encontráis con un hombre, y éste os ve y se agacha, salid
volando, pues es para coger una piedra y tirárosla’. Pero entonces, y haciendo
alarde de esa inteligencia de aláudido, dijeron los hijos: ‘Vale, pero ¿y si el
hombre ya trae la piedra en la mano?’.
Moraleja: Los hijos sabían más que la
madre.”
Aunque también nos encontramos en algunas zonas dichos que ponen en envidencia esta supuesta inteligencia y en los que hacen referencia a su mala memoria. Así en Cabra (Córdoba), donde reciben el nombre de "vejetas" dicen: "Si fueras vegeta estarías todo el día buscando el nío (nido)".
Entre sus nombres vernáculos tenemos "cujá, cuvujá, cuguta, coguta, veeta, vejeta, cuá moñúa, totovía..." El de vejeta le viene del moño, que parece el pañuelo que llevaban las viejecitas antiguamente cubriendo la cabeza.
En la foto una montesina. La diferencia es mínima, en la común la mandíbula inferior es recta y algo convexa en la montesina. Además de tener la última el moteado del pecho más marcado.
El canto de estas Córdoba algunas como estas:
De Priego de Córdoba (Córdoba)
“Tío Pepe, ¿hay liria?
Sí, pero no pega.”
De Lora del Río (Sevilla)
“Tío pepe, tío pepe, estás
sembrando maíz
¿Para quien? Para mí, para mí.”
Del valle del Ricote
(Murcia)
Tutuvía, ¿quien te puso el moño?
Mi tía, mi tía…
Otra representante de la familia es la calandria.
Suele
cantar en vuelo, normalmente en círculos o cernida durante varios minutos,
llegando a imitar notablemente a otras especies. Si cerramos los ojos cuando
una calandria está cantando, puede darnos la impresión de que estamos rodeados
de varias aves de diferentes especies.
Al igual que sus primas las cogujadas, también tiene abundantes onomatopeyas con su canto.
De Fresno de Río Tirón (Burgos)
Atribuyen un canto al macho y
otro a la hembra.
Macho: “Pastorcito nuevo que has
comido la merienduca luego,
luego, luego”
Hembra: “Las miguitas del zurrón
por las tardes buenas son, son, son”.
De La Nava (Palencia)
“Pastorcito, que poco
pan has traido,
que largo es el día,
tira,
tira, tira”
Aunque aparece también en algunas poesías y romances, como el del Prisionero, os dejo este cuento para terminar. En otra entrada os cuento algunas curiosidades sobre el resto de la familia que se pueden encontrar en mi libro "Las aves ibéricas en la cultura popular"
~ Cuento
~
“De cómo
iba un cazador por el campo preparando sus redes y llamando a las aves con
dulces cantos para coger a la calandria
Cuenta una historia que un cazador fue a
cazar con sus redes, y cogió una calandria nada más, y se volvió a su casa y
echó mano de un cuchillo para degollarla y comérsela. Y la calandria le dijo:
-¡Ay, amigo, qué gran error haces en
matarme! ¿Y no ves que no te puedes hartar conmigo, pues soy muy poca comida
para un cuerpo tan grande como el tuyo? Y por ello pienso que harías mejor en
soltarme y dejarme vivir, y yo te daría tres buenos consejos con los que te
podrías aprovechar, si quisieras usar bien de ellos.
- Ciertamente –dijo el cazador– me agrada
mucho, y si me das un consejo, yo te dejaré y te daré la libertad.
- Pues te doy el primer consejo –dijo la
calandria– que no creas de nadie aquello que veas y entiendas que no puede ser.
El segundo, que no te preocupes por lo que hayas perdido, si piensas que no lo
puedes recobrar. El tercero, que no intentes nada que pienses que no puedes
terminar. Y te doy estos tres consejos, parecidos el uno al otro, auque me
pediste uno.
- Ciertamente –dijo el cazador– buenos
consejos me has dado.
Y soltó a la calandria y la dejó libre. Y
la calandria fue volando por la casa del cazador hasta que vio que iba a cazar
con sus redes, y se fue volando directamente hacia allá por el aire, pensando
si se acordaría de los consejos que le había dado y si los usaría. Y yendo el
cazador por el campo armando sus redes, llamando a las aves con sus dulces
cantos, dijo la calandria que iba por el aire:
- ¡Oh, mezquino, cómo te engañé!
- ¿Y quién eres tú?
- Yo soy la calandria a la que soltaste
hoy por los consejos que te di.
- No me engañé, según creo –dijo el
cazador– pues me diste buenos consejos.
- Es verdad –dijo la calandria– si bien
los hubieras aprendido.
- Pero –dijo el cazador a la calandria–
dime en qué me engañaste.
- Yo te lo diré –dijo la calandria–. Si
tú supieras la piedra preciosa que tengo en el vientre, que es tan grande como
un huevo de avestruz, estoy segura de que no me habrías soltado, pues serías
rico para siempre jamás si me hubieras cogido, y yo habría perdido la fuerza y
la virtud que tengo para hablar, y tú adquirido mayor fuerza para conseguir lo
que quisieras.
El cazador cuando la oyó, se quedó muy
triste y muy preocupado, creyendo que así era como la calandria decía, e iba en
pos de ella para engañarla otra vez con sus dulces cantos. Y la calandria, como
estaba escarmentada, se cuidaba de él y no quería bajar del aire; y le dijo:
- ¡Oh, loco, qué mal aprendiste los
consejos que te di!
- Ciertamente –dijo el cazador– bien me
acuerdo de ellos.
-
Puede ser –dijo la calandria– pero no los aprendiste bien; y si los aprendiste,
no sabes seguirlos.
- ¿Cómo que no? –dijo el cazador.
- Tú sabes –dijo la calandria– que dije
en el primer consejo que no creyeras de nadie lo que vieras y comprendieras que
no podía ser.
- Es verdad –dijo el cazador.
- Pues, ¿cómo crees tú que en cuerpo tan
pequeño como el mío puede caber una piedra preciosa tan grande como el huevo de
avestruz? Bien debías entender que esto no es creíble. En el segundo consejo te
dije que no te esforzaras por la cosa perdida, si entiendes que no la podías
recuperar.
- Es verdad –dijo el cazador.
- Pues, ¿por qué tratas –dijo la
calandria– de volver a cogerme otra vez en tus lazos con tus dulces cantos? ¿Y no
sabes que de los escarmentados se hacen los avisados? Ciertamente bien debías
entender que, puesto que una vez escapé de tus manos, me guardaría bien de
ponerme en tu poder; y sería justo que me matases, como quisiste hacer la otra
vez, si de ti no me guardase. Y en el tercer consejo te dije que no intentases
nada que pensaras que no podías conseguir.
- Verdad es –dijo el cazador.
- Pues tú ves –dijo la calandria– que yo
voy volando por donde quiero por el aire, y que tú no puedes subir hasta mí ni
tienes poder para hacerlo, pues no lo tienes por naturaleza, y no debías
intentar perseguirme, pues no puedes volar como yo.
- Ciertamente –dijo el cazador– no
descansaré hasta que te coja por engaño o a la fuerza.
- Dices cosas soberbias –dijo la
calandria– y cuídate, pues Dios hace caer desde lo alto a los soberbios.
Y el cazador, pensando en cómo podría
volar para coger a la calandria, tomó sus redes y se fue hacia la ciudad. Y
encontró a un engañador que estaba engañando ante mucha gente, y díjole:
- Tú, engañador, que enseñas una cosa por
otra y haces creer a la gente lo que no es, ¿podrías hacer que pareciese ave y
pudiese volar?
- Si podría –dijo el engañador–. Toma las
plumas de las aves y pégatelas con cera, y cubre de plumas todo el cuerpo y las
piernas hasta las uñas; y sube a una torre alta y salta desde la torre y
ayúdate con las plumas cuanto puedas.
Y el cazador lo hizo así. Y cuando saltó
de la torre creyendo volar, ni pudo ni supo, pues no era su naturaleza, y cayó
al suelo, y se golpeó y murió. Y esto fue muy justo, pues no quiso creer el
buen consejo que le daban; él creyó el mal consejo que no podía ser por su
naturaleza.”