Entre todas las historias del ratón Pérez, ésta sin duda es la más tierna. En ella se da valor a la amistad y al compañerismo y eso hoy, es muy importante. Os dejo esta particular versión de la historia del ratoncito Pérez y la verdadera historia que inventó el padre Coloma en Madrid, hace unos pocos años ya.
"Esta
historia comenzó en el fondo del mar, dónde habitan las más extrañas
criaturas, donde los peces parecen plantas y las plantas aparentan ser
animales. Es allí, en aquel lugar encantado donde vivía una ostra.
Esta ostra como todas las demás ostras, se pasaba los días y las noches trabajando en construir una perla. Ella quería que fuera la perla más hermosa, más brillante y más blanca que nadie hubiera visto jamás.
Una mañana cualquiera, cuando la ostra se despertó, se dio cuenta de que su perla ¡había desaparecido! Después de buscarla infructuosamente, su amigo el pulpo la halló llorando.
-¿Por qué lloras? –le preguntó
-He perdido mi perla y no puedo hallarla –respondió la ostra
-Voy a ayudarte –prometió el pulpo
El pulpo subió a la superficie y entre la espuma de las olas halló a su amiga tortuga, ésta a su vez, encontró a su amigo el ratón, que se hallaba tomando el sol en la playa. Así uno tras otro, se comprometieron en ayudar a su amiga ostra.
-¿Cómo es una perla? Preguntó el ratón cuyo apellido era Pérez.
-Es blanca, pequeña, dura y brillante -respondió la tortuga.
El ratón buscó y rebuscó entre la arena hasta que encontró una moneda de plata blanca, dura y brillante, pero era muy grande… Luego encontró un botón blanco y brillante pero no era tan duro, ya que pudo romperlo con sus dientes. Más tarde encontró una piedra, que era blanca y dura, pero no era brillante.
Muy triste volvió a su casa, sin saber como ayudar a la ostra.
El Ratón Pérez vivía en un agujerito en la habitación de un niño y para animarse un poco decidió pasearse entre los juguetes, mientras el niño dormía.
De repente encontró lo que buscaba: sobre la almohada había un dientecito que el niño había perdido unas horas antes, era ¡blanco, duro, pequeño y brillante! El ratoncito lo tomó entre sus manos y lo miró maravillado, pero no quería llevárselo sin dejar nada a cambio.
Buscó entre sus bolsillos y encontró la moneda de plata que había hallado en la playa unas horas antes y la dejó allí… a cambio de su tesoro.
El ratón corrió a la playa y le dio el diente a la tortuga, la tortuga al pulpo, y el pulpo a la ostra. La ostra se sintió feliz, lo cubrió con su concha y finalmente pudo dormir tranquila.
Desde entonces Ratón Pérez recorre las habitaciones de los niños recogiendo dientecitos y los lleva a la playa donde las tortugas los reciben. Ellas se los dan a los pulpos, quienes a su vez se los dan a las ostras que han perdido sus perlas.
Claro que a todos nos asalta una pregunta ¿quién se está robando las perlas de las ostras? y ¿dónde consigue el Ratón Pérez tantas monedas para dar a los niños?
Hemos escuchado de muy buena fuente, que Doña Ratona Pérez tiene una tienda donde vende unos hermosos collares de perlas… y quien se encarga de guardar el dinero de la tienda en el banco es su esposo el ¡Ratón Pérez!
Esta ostra como todas las demás ostras, se pasaba los días y las noches trabajando en construir una perla. Ella quería que fuera la perla más hermosa, más brillante y más blanca que nadie hubiera visto jamás.
Una mañana cualquiera, cuando la ostra se despertó, se dio cuenta de que su perla ¡había desaparecido! Después de buscarla infructuosamente, su amigo el pulpo la halló llorando.
-¿Por qué lloras? –le preguntó
-He perdido mi perla y no puedo hallarla –respondió la ostra
-Voy a ayudarte –prometió el pulpo
El pulpo subió a la superficie y entre la espuma de las olas halló a su amiga tortuga, ésta a su vez, encontró a su amigo el ratón, que se hallaba tomando el sol en la playa. Así uno tras otro, se comprometieron en ayudar a su amiga ostra.
-¿Cómo es una perla? Preguntó el ratón cuyo apellido era Pérez.
-Es blanca, pequeña, dura y brillante -respondió la tortuga.
El ratón buscó y rebuscó entre la arena hasta que encontró una moneda de plata blanca, dura y brillante, pero era muy grande… Luego encontró un botón blanco y brillante pero no era tan duro, ya que pudo romperlo con sus dientes. Más tarde encontró una piedra, que era blanca y dura, pero no era brillante.
Muy triste volvió a su casa, sin saber como ayudar a la ostra.
El Ratón Pérez vivía en un agujerito en la habitación de un niño y para animarse un poco decidió pasearse entre los juguetes, mientras el niño dormía.
De repente encontró lo que buscaba: sobre la almohada había un dientecito que el niño había perdido unas horas antes, era ¡blanco, duro, pequeño y brillante! El ratoncito lo tomó entre sus manos y lo miró maravillado, pero no quería llevárselo sin dejar nada a cambio.
Buscó entre sus bolsillos y encontró la moneda de plata que había hallado en la playa unas horas antes y la dejó allí… a cambio de su tesoro.
El ratón corrió a la playa y le dio el diente a la tortuga, la tortuga al pulpo, y el pulpo a la ostra. La ostra se sintió feliz, lo cubrió con su concha y finalmente pudo dormir tranquila.
Desde entonces Ratón Pérez recorre las habitaciones de los niños recogiendo dientecitos y los lleva a la playa donde las tortugas los reciben. Ellas se los dan a los pulpos, quienes a su vez se los dan a las ostras que han perdido sus perlas.
Claro que a todos nos asalta una pregunta ¿quién se está robando las perlas de las ostras? y ¿dónde consigue el Ratón Pérez tantas monedas para dar a los niños?
Hemos escuchado de muy buena fuente, que Doña Ratona Pérez tiene una tienda donde vende unos hermosos collares de perlas… y quien se encarga de guardar el dinero de la tienda en el banco es su esposo el ¡Ratón Pérez!
Aunque la verdadera historia es ésta:
Se dice que
su origen comienza en un cuento escrito por un sacerdote jesuita, el Padre Luis
Coloma (en 1894), a quien la Corona le encargó a él escribir un cuento para el
rey Bubi I -como la Reina Doña María Cristina llamaba a su hijo, el futuro
Alfonso XIII- que por entonces tenía 8 años y se le había caído un diente.
La historia dice que el ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en el almacén de la entonces famosa confitería Prast, en el número 8 de la calle del Arenal, en el corazón de Madrid, apenas a cien metros del Palacio Real. El pequeño roedor se escapaba frecuentemente de su domicilio y, a través de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi I y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente, despistando a los gatos, que siempre estaban al acecho.
En el 2003 el Ayuntamiento de Madrid rindió un homenaje a este personaje de leyenda, instalando una placa conmemorativa en el mismo lugar donde el padre Coloma situó la vivienda del roedor. La historia ha sido traducida a varios e idiomas y también ha tenido bastantes adaptaciones.
La historia dice que el ratón vivía con su familia dentro de una gran caja de galletas, en el almacén de la entonces famosa confitería Prast, en el número 8 de la calle del Arenal, en el corazón de Madrid, apenas a cien metros del Palacio Real. El pequeño roedor se escapaba frecuentemente de su domicilio y, a través de las cañerías de la ciudad, llegaba a las habitaciones del pequeño rey Bubi I y las de otros niños más pobres que habían perdido algún diente, despistando a los gatos, que siempre estaban al acecho.
En el 2003 el Ayuntamiento de Madrid rindió un homenaje a este personaje de leyenda, instalando una placa conmemorativa en el mismo lugar donde el padre Coloma situó la vivienda del roedor. La historia ha sido traducida a varios e idiomas y también ha tenido bastantes adaptaciones.
Curiosamente,
el cuento del Ratoncito Pérez es prácticamente desconocido por la mayoría de
los españoles, pues dejó de publicarse en 1947. No obstante, se realizan
reediciones cada año en países tan remotos como Japón. Incluso ha sido
traducido al inglés y al francés, existiendo varias adaptaciones.
Si alguien conoce alguna vesión de este precioso cuento, le agradecería que me la pasara para incluirla en mi nuevo libro, los animales en la cultura popular iberica.